El suicidio como libertad última
- Redacción NotiPobres

- 9 sept
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 10 sept

Las campañas de prevención del suicidio me parecen hipócritas. Intentos ridículos de mantener a la gente sometida, como si ni siquiera elegir tu manera de morir pudiera ser un acto de libertad. El libre albedrío se invoca para decidir la fe, la moral, la política, pero se cancela en el instante en que alguien decide abandonar este mundo.
Desde la moral judeocristiana, el suicidio ha sido un acto juzgado por Dios: un pecado que condena al limbo. En la lógica del capital, en cambio, se convierte en una falla de producción. El mandato no es ya salvar el alma, sino preservar al trabajador, al consumidor, al contribuyente. Mantener a alguien con vida significa mantener la máquina girando.
¿De qué sirve detener a una persona que quiere morir si se le devuelve exactamente a la misma realidad que la condujo a ese límite? Prevenir, en este contexto, no es transformar, sino prolongar. La sociedad se obsesiona con conservar la vida, aunque esa vida no tenga espacio para el deseo, la dignidad o la esperanza.
Se debería legalizar el suicidio, regularlo como un derecho. Procurar que no afecte a terceros, que se ejerza de manera segura, incluso —siguiendo la lógica mercantil que lo domina todo— que pague impuestos. No se trata de banalizar la muerte, sino de reconocer que el último gesto de soberanía sobre el cuerpo es decidir cuándo y cómo partir.
La cultura ya nos ha ofrecido imágenes de ese horizonte. En Los niños del hombre, Cuarón muestra un futuro sin esperanza, donde los kits de suicidio forman parte de la normalidad. Lo perturbador no es que morir sea legal, sino que vivir ya no ofrece motivos. Esa distopía se parece demasiado al presente: vidas sostenidas en la inercia, sin más horizonte que producir y consumir.
Tal vez nos espera un futuro en el que el suicidio sea un derecho, mientras los niños se emancipen de los adultos que fracasaron en darles futuro. Un mundo donde la libertad última, más allá del control de la religión y del mercado, consista en decidir el final propio.
Raúl Méndez Velázquez







Comentarios